lunes, 29 de mayo de 2017

DEL INFIERNO


José Abad. Editorial Nazarí, 2016.

Crítica publicada en Revista Quimera, mayo 2017


Del Infierno, de José Abad trata sobre un antiguo tema que está presente en la humanidad desde hace miles de años: el tema del doble. Los alemanes lo llamaron doppelgänger, el doble fantasmagórico de una persona viva, una especie de andarín de los caminos que es exactamente igual que uno mismo, un fenómeno que tanto la ciencia ficción como la literatura fantástica y la novela psicoanalítica han utilizado como recurso.

Todo doble evoca una dualidad. Nuestros entornos nos señalan dualidades abundantes, sensaciones enfrentadas. Hay calor y frío como hay humedad y sequedad, ruido y silencio, luz y oscuridad en las sensaciones; hay arriba y abajo, derecha e izquierda, cercano y lejano, dentro y fuera en el espacio; acción y reacción, pregunta y respuesta, olvido y memoria en el pensamiento; nacimiento y muerte, salud y enfermedad, fortuna y desgracia en la vida; pronto y tarde, antes y después, mañana y ayer en el tiempo; miedo y osadía, razón y emoción, corazón y cerebro, pobreza y abundancia, paz y guerra, piedad y saña, en el curso de la Historia, en el ámbito de la ética, en el campo de los sentimientos y la personalidad. Pero la categoría absoluta de duplicidad se establece en el Bien y el Mal, donde lidian los valores entre sí, ambos lados de la Fuerza.

La literatura gótica alemana legó el Doble como la inglesa trajo el Fantasma. El siglo XIX también legó el psicoanálisis. Tzevan Todorov plantea que el psicoanálisis suplantó al género fantástico en el siglo XX. Otto Rank, discípulo de Freud, aplicó el psicoanálisis a los diversos campos de la cultura, y dedicó un estudio psicoanalítico al Doble. Rank señala a ETA Hoffmann como creador del concepto, cuya influencia convertiría a Jekyll en el demoníaco Hyde de Stevenson. Dice Nietszche que el peor enemigo con quien puedes encontrarte eres tú mismo: tú mismo te acechas en las cavernas y los bosques, esto es en mitad de la naturaleza, donde reside el yo salvaje, antecesor, el ser antiguo preter-cultural. Hay más dobles: Goliadkin de Dostoievski, Wilson de Poe, Gray de Wilde, el prisionero de Zenda de Hope, el príncipe y el mendigo de Twain.

En estas fuentes se entronca Del infierno, de José Abad. El Doble resuelve su inquietud con dos explicaciones: o bien es fruto de la imaginación –o de la locura, esa imaginación malinterpretada- o es semilla de lo maléfico. Lean la novela y encuentren la elección del autor. Pero hay otra lectura del doble en la novela, también concéntrico como los círculos de infierno dantesco: Siena es la doble de Granada. Allá donde encuentra su doble es en una ciudad que era doble de la suya. Una ciudad que es doble de otra, por fuerza, tiene que incorporar todos sus habitantes dobles. Siena y Granada son ciudades monumentales, de resonancia histórica y con un importante patrimonio universitario: sus bares, apartamentos y comercios se dirigen al universitario y al turista.

Del Infierno rinde homenaje a La Divina Comedia de Dante en su título. La novela tiene una bajada concéntrica hacia el infierno del Doble. Se sostiene en un temor creciente a la figura del doble, contada desde la primera persona de un joven español recién llegado a Siena como Erasmus. Las resonancias de Dante y la presencia del Doble ofrecen una nueva lectura: no solo en el infierno se convive con el Doble, que muestra todo el Mal que albergamos, sino que el libro se convierte en una guía espiritual para el protagonista, a la espera del Purgatorio.

Alfonso Salazar
El Doble en el Infierno
Presentación en la Biblioteca de Andalucía, octubre 2016

Creo que no rompo ningún secreto cuando digo que Del Infierno, de José Abad trata sobre un antiguo tema que está presente en la humanidad desde hace miles de años: el tema del doble. Los alemanes, muy dados a este asunto, lo llaman doppelgänger, entendido como el doble fantasmagórico de una persona viva, una especie de andarín de los caminos que es exactamente igual que uno mismo, y a quien el prototipo original se puede cruzar cuando vuelve del mercado de Hamburgo o acompaña a los músicos de Bremen. Este doppelgänger será germen del fenómeno que tanto la ciencia ficción como la literatura fantástica y la novela psicoanalítica han utilizado como recurso.

Todo doble evoca una dualidad. Nuestros entornos nos señalan dualidades abundantes, sensaciones enfrentadas, antónimos que perviven en dos potentes simbologías: los dos extremos de la cuerda por un lado, y en la cara y la cruz de la misma moneda, por otro. Hay calor y frío como hay humedad y sequedad, ruido y silencio, luz y oscuridad en las sensaciones; hay arriba y abajo, derecha e izquierda, cercano y lejano, dentro y fuera en el espacio; acción y reacción, pregunta y respuesta, olvido y memoria en el pensamiento; nacimiento y muerte, felicidad e infelicidad, salud y enfermedad, viejo y nuevo, fortuna y desgracia en la vida; pronto y tarde, antes y después, mañana y ayer en el tiempo; miedo y osadía, razón y emoción, corazón y cerebro, pobreza y abundancia, paz y guerra, alegría y tristeza, piedad y saña, en el curso de la historia, en el ámbito de la ética, en el campo social de los sentimientos y la personalidad. Entre esos extremos que conviven y se muestran mutuamente necesarios, para que tengan sentido, queda cada ser humano. Pero la categoría absoluta de duplicidad se establece en el Bien y el Mal, sean lo que la relatividad quiera que sea, donde lidian los valores entre sí, ambos lados de la Fuerza.

En el Romanticismo, la literatura gótica alemana legó el Doble como la inglesa nos regaló el Fantasma, pero también el siglo XIX legó el psicoanálisis. El Doble evidencia siempre una crisis de identidad. Tzevan Todorov plantea que en el siglo XX el psicoanálisis suplantó al género fantástico. Es cierto que analizó a la luz del psicoanálisis lo que antes eran temas sobrenaturales, prodigiosos, aterradores o siniestros, y los convierte en temas desvelados, científicos, pero este hecho no evitará que la ficción persista en la fantasía como lo demuestran Borges, Cortázar, Saramago o Italo Calvino.

El vienés Otto Rank, discípulo de Freud, aplicó el psicoanálisis no solo a pacientes, sino a los diversos campos de la cultura, y dedicó un estudio psicoanalítico al Doble. Rank señala a ETA Hoffmann como el creador clásico de la concepción del Doble. En Los elixires del diablo el protagonista es perseguido por un doble, en ocasiones físico pero otras veces parte escindida de su psique. Es posible que Hoffman se inspirase en la esquizofrenia, como la que sufriría Strindberg, heredero de las tradiciones escandinavas, quien pone en boca de un personaje esta lapidaria frase: “aquel que ve a su doble morirá” y cuya obra más personal es la novela Inferno, donde narra sus desventuras esquizofrénicas y obsesivas. El Doble, pues, vive en el Infierno, o crea el Infierno allá donde aparece.

El elixir alquímico de Hoffmann se convirtió en la pócima que convertiría al sereno doctor Jekyll en el demoníaco míster Hyde en la novela de Robert Louis Stevenson. Dice Nietszche que el peor enemigo con quien puedes encontrarte eres tú mismo: tú mismo te acechas en las cavernas y los bosques, esto es en mitad de la naturaleza, donde reside el yo salvaje, antecesor, el ser antiguo preter-cultural. Hyde frente a Jekyll es el hombre desquitado de la civilización, cercano a la bestia, entregado a su naturaleza, que incluso se muestra –así lo repite Stevenson─ con apariencia simiesca.

La entrada triunfante en el terreno psicológico la hará Fiodor Dostoievski, en su obra El Doble donde la escisión de la personalidad del arribista funcionario Yákov Petróvich Goliadkin se muestra con la aparición de otro Súper-Goliadkin que libera sus frustraciones, sus anhelos y sus vicios, desatados sin ningún pudor. La sorpresa del doble de Dostoievsky, es que triunfa y manda al Goliadkin original y prototípico al manicomio. Podemos además citar a Edgar Allan Poe con William Wilson, La sombra de Hans Christian Andersen, Oscar Wilde con el Retrato de Dorian Gray, Guy de Maupassant con Él y El Horla. Y en otros planos literarios El prisionero de Zenda de Anthony Hope o El príncipe y el mendigo de Mark Twain.
En estas fuentes, en las de la novela psicológica del siglo XIX se entronca Del infierno, de José Abad. Sabemos que el autor viajó a Italia cuando era joven, y como todo escritor responsable, tomó su experiencia para contar las historias que pudieron suceder a otros. Trabajar desde el ámbito conocido, para transformarlo es siempre un buen punto de partida. Es curioso cómo el paisaje italiano, y en general el mediterráneo, fue tan querido por los autores románticos, sobre todo los anglosajones y alemanes que viajaban el sur en sus grands tours, una especie de vacaciones iniciáticas que realizaban jóvenes aristócratas para conocer las cunas de la cultura clásica y practicar idiomas. Esta moda fructificó, por ejemplo, en Historia de una excursión de seis semanas, compuesta por Mary y Percy Shelley, o en el Viaje a Italia de Goethe.

El Doble resuelve su inquietud con dos explicaciones: o bien es fruto de la imaginación –o de la locura, esa imaginación malinterpretada- o es semilla de lo maléfico. Lean la novela y encuentren la elección del autor. No vamos a destriparlo. Pero hay otra lectura del doble en la novela, también concéntrico como los círculos de infierno dantesco: Siena es la Doble de Granada. Si perdiésemos las referencias de calles y plazas, podríamos encontrar que la ciudad de la que parte el protagonista es la ciudad que encuentra en su viaje, y será la ciudad a la que retorna, como si cruzara continuamente el espejo. Allá donde encuentra su doble es en una ciudad que era Doble de la suya. Una ciudad que es doble de otra, por fuerza, tiene que incorporar todos sus habitantes dobles. Siena y Granada son ciudades monumentales, de resonancia histórica y con un importante patrimonio universitario: sus bares, apartamentos y comercios se dirigen al universitario y al turista.

Del Infierno rinde homenaje a La Divina Comedia de Dante en su título. La novela tiene una bajada concéntrica hacia el infierno del Doble. Se sostiene en un temor creciente a la figura del doble, contada desde la primera persona de un joven español recién llegado a Siena como Erasmus. Erasmus, ese otro viaje iniciático de las últimas décadas, el grand tour de nuestra época. Las resonancias de Dante y la presencia del Doble ofrecen una nueva lectura: no solo en el infierno se convive con el Doble, que muestra todo el Mal que albergamos, sino que el libro se convierte en una guía espiritual para el protagonista, a la espera del Purgatorio.

Alfonso Salazar

viernes, 5 de mayo de 2017

EL ODIO A LA POESÍA

El odio a la poesía
Ben Lerner
Traducción de Elvira Herrera Fontalba
Alpha Decay
Barcelona 2017

LEER EN LOS DIABLOS AZULES


El poeta y novelista estadounidense Ben Lerner aborda en El odio a la poesía una constante: la respuesta extrema que produce el género. En menos de cien páginas Alpha Decay ha publicado con traducción de Elvira Herrera Fontalba las cavilaciones del joven poeta de Kansas. Hay quien ama la poesía por encima de todas las cosas. Hay quien la detesta hasta lo indecible. Las acusaciones al género son varias, desde el infantilismo de su cultivo, la trascendencia que nunca se cumple, hasta el insultante culturalismo o la práctica del surrealismo que expulsa lectores a mansalva. Aunque las nombra todas ellas, el análisis de Lerner se remonta a una versión platónica de la poesía: la poesía como inefable, indecible expresión que resuena en el interior del poeta, incapaz por definición de exponerla a la tribu con toda su expresividad y contenido original. Como si existiese el poema que todo lo dice y todo lo expresa. Lerner achaca a esta búsqueda castigada con el fracaso el constante rechazo de lectores y críticos.


Platón abominaba de la poesía porque los poetas proyectaban imaginación sobre donde debía haber verdad: así debía ser en la República, donde el lenguaje no corrompiera y se dedicase a la filosofía antes que a la irracionalidad. Ese ataque milenario a la poesía la promovió a la categoría de arma peligrosa, de grave impacto político. Quizá el propio ataque platónico tenía ese objetivo, la sacralización de la poesía antes que su entierro, tal y como se santifica a los mártires. A partir de entonces, dice Lerner, la Poesía se puso a competir con la Historia y la Filosofía, como campos ajenos e irreconciliables. Parece que se refiriese a la Literatura, a la Ficción en general. Lerner atraviesa Renacimiento y Romanticismo para plantear como conclusión que la alternativa poética al enfermizo y materialista siglo XIX es un retorno a Platón, pues la custodia consiste en defender la débil sombra de la poesía –sombra de un poema mesiánico, que nunca llega-, consumida casi siempre por los malos poemas.

Para Lerner hay dos perfiles fundamentales que odian la poesía: aquellos que caen decepcionados por la falta de poder que a la poesía se le supone y aquellos otros que la detestan por su aire mistérico y porque no pueden comprender qué quiere decir el poema. Los poetas, incluso, admiran a los poetas que dejaron de escribir poesía, hastiados o convencidos de que no hubiese mejor poema que el silencio. Difícilmente los novelistas admirarían al que dejó de escribir novela, pues no se puede admirar el lucro intelectual cesante. Los poetas leen a los poetas y los lectores de poesía quisieran escribir poemas. No todos los espectadores de cine quisieran rodar películas. Pero casi todos aquellos que escribieron poesía, o que siguen haciéndolo –inconfesablemente- esperan que algún día sus versos queden grabados, en algún libro, en una revista, aunque sean cuatro versos y medio. Aunque detesten la poesía.

Sin embargo, a pesar de su sugestivo título El odio a la poesía solo se puede leer desde el conocimiento de la obra poética en lengua inglesa. No es para menos. No se puede argumentar la filia y la fobia poética sin descender al objeto. Desde la búsqueda del himno litúrgico y definitivo de Whitman al descubrimiento de malos –muy malos- poetas como el escocés McGonagall, desde el empeño genuino de Dickinson y Keats a recientes voces como Rankine, Lerner deambula por la poesía angloestadounidense en busca del concepto “genuino” de la poesía. No aclara qué es genuino, pero creo que no es su objetivo. Desfilan por sus páginas versos, bandazos de vanguardias, reflexiones sobre el significado de la vírgula, razonamientos sobre medida de versos y complicaciones de rima, discursos sobre igualdad social y poesía.

El odio a la poesía merecería su versión hispánica, porque el lector emerge del breve ensayo con la sensación de que ese odio no se sustenta en los poemas fracasados que buscan el poema original, ni en las consecuencias de la poética clásica griega. Ni siquiera puede interpretarse en el aire irónico que la búsqueda de lo genuino destila. Creo que hay abismos culturales entre la poesía hispánica y la escrita en lengua inglesa que dificultan hacer una traducción cultural adecuada. El esfuerzo de la editorial y los traductores no consiguen interpretar un discurso que quizá tiene mucho sentido en la filología inglesa y en la realidad literaria estadounidense –incluso conforme a su historia y política reciente- pero cuyos argumentos palidecen en el sentido hispánico de la poesía. No sé si para mejor o para peor, solo obtengo la sensación de que sería distinto.

Alfonso Salazar