viernes, 25 de marzo de 2016

EL ESTABLISHMENT: OCHO APELLIDOS BRITÁNICOS

El establishment
Owen Jones
Seix Barral, 2016

LEER EN LOS DIABLOS AZULES



Owen Jones nos sorprendió con Chavs: la demonización de la clase obrera (Capitán Swing, 2012) un concienciado análisis sobre qué ocurrió en Gran Bretaña para que el término clase quedase deshonrado y los nietos de los orgullosos obreros de la posguerra sean hoy objeto de burdos chistes. Jones se preguntaba por qué los miembros de la clase trabajadora se consideraban a sí mismos clase media e investigaba cómo el thatcherismo y el neolaborismo demolieron el empaque del sindicalismo, redujeron progresivamente la intervención estatal y desmontaron el Estado de todos en favor de un Estado para pocos.Lo hizo con números, datos, nombres, estadísticas.


Pero el comentarista británico había olido sangre cuando terminó Chavs: se atisbaba la élite, los aparatos ideológicos, los mitómanos del mérito individual, la oligarquía financiera y política que estimula la desigualdad social, como una nata agriada de la sociedad. Por eso llegó hace pocos meses a las librerías la traducción de Javier Calvo de The Establishment: And how they get away with it, en nuestro país bajo el título El Establishment. La casta al desnudo, editado por Seix Barral, con un subtítulo que es, sin duda, un lance oportunista. El Establishment es despedazado, desmenuzado para analizar sus trazas, sus componentes indispensables. No se confunda: no es una nueva teoría conspiranoica. Este Establishment tiene cara, nombre, opinión e historia. Es de carne y hueso, con la cuenta corriente repleta y unos objetivos claros. No es una liga de supervillanos, sino un sistema donde pueden sentarse juntos el decente y el psicópata. Por eso el asunto no está en la medida moral, sino en la posición de privilegio.

El Establishment británico se compone de una triunfante pléyade: los pioneros fueron aquellos que Jones denomina “escuderos”, intelectuales que hace cuarenta años defendían teorías sociopolíticas que se consideraban descabelladas, liberales nostálgicos que obviaban los efectos del laissez faire en la economía de los años 30. Agrupados en los think thank de la derecha, y a pesar del clima hostil, lograron el gran asalto con la crisis de los años 70: los think thank habían allanado el camino y las ideas promercado libre thatcheristas que se presentaban como las más sólidas y apropiadas para dar triunfo al político de turno. El antiguo Establishment de posguerra se tambaleaba, el marco de las finanzas internacionales fue desmantelado, junto con los acuerdos de Bretton Woods, en 1971. A partir de entonces ideas que podrían parecer lunáticas años atrás, se convertían en preceptos inevitables: mercado libre, dividendos en los servicios públicos, gestión privada como solución inmejorable, el efecto benéfico de las puertas giratorias, la voladura del sindicalismo , recorte de impuestos a las capas más ricas de la sociedad, fomento del temor a la huida del dinero de los poderosos a la vez que se eliminan los controles de capitales, la construcción de vivienda pública como anatema, la erosión de las barreras entre intereses privados y el Estado, esquizofrenia de monopolismo y competencia.

Junto a estos zapadores que allanaron el camino en connivencia con medios de comunicación, régimen político y las más fuertes corporaciones, está lo que Jones denomina “el cártel de Westiminster”. Sí, en sede parlamentaria se legisla a favor y los políticos invierten en su futuro. Sus señorías despotrican sobre el exceso de gasto público, exageran la existencia de humildes defraudadores de las ayudas públicas, pero son ellos los máximos beneficiarios de las mismas, y además se empeñan en la minoración de los tramos de impuesto a los más ricos y a las corporaciones poderosas, aunque sean conscientes de que son los que menos pagan y que nunca satisfacen lo que realmente deben. Al fin y al cabo, en esas corporaciones está su futuro laboral.

En 2002 Margaret Thatcher dijo que el laborismo de Blair mantenía saludablemente la llama de las políticas que ella misma había impuesto al país, como un credo salvador: una política contaminada por la gran empresa, las altas finanzas, los lobbys y las consultoras especializadas en posibilitar el fraude y el servilismo ante las riquísimas dictaduras petroleras.

Junto al cártel, los medios de comunicación como el más poderoso lobby del Establishment, incluida la BBC: aquí resaltan esa imagen mugrienta de la amistad y componenda entre Blair y Murdoch, y el nunca aclarado asunto de las escuchas telefónicas de News of the world. Le sigue la policía, antiguo sostén, ahora defenestrada por el propio Establishment, cumplido el servicio y domeñada la masa a través del mantra. Una policía que en Gran Bretaña siempre fue considerada parte del pueblo, no del Gobierno, y que fue crucial en la aniquilación del sindicalismo, la satanización de la protesta callejera y la huelga.

Se retrata a los amos de la City y los magnates defraudadores, las grandes corporaciones que gorronean al Estado. “El mercado libre que tanto le gusta al Establishment es una fantasía”, dice Owen Jones. En Gran Bretaña florece el socialismo, pero un socialismo solo para ricos y empresas. El sector privado quiere reducir el Estado, pero el capitalismo depende del estatalismo, de las infraestructuras viales y ferroviarias pagadas por todos los ciudadanos y que ejecutan las grandes corporaciones, muchas veces subsidiadas directamente, del desgravamen público, los gastos en formación de trabajadores a través de la Educación pública, la Universidad o los cursos de formación. O la “madre de todos los subsidios”: la salvación del sector financiero sufragada por el contribuyente. No fue el dogmatismo mercantilista el que acudió en rescate de los bancos: fue el Estado. Las clases humildes deben obedecer las reglas del capitalismo más despiadado, pero los bancos y las clases altas, no. Eso fue el rescate: “si sale cara, gano yo. Si sale cruz, pierdes tú”, como declara un director de la unión bancaria a Jones.

Por el libro pasan caras y nombres, retratos de la City, Wetsminster, el Strand... pero son tipos reconocibles. Aquí tienen otros apellidos: Rato, Fabra, Pujol, Granados, Díaz Ferrán, Blesa, Guerrero, Bárcenas. Ocho apellidos españoles.

Alfonso Salazar

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