domingo, 19 de enero de 2014

CURSO DE ESCRITURA CREATIVA

Esta semana empezamos ESCRIBIR Y EXPRESAR en CajaGranada, el segundo módulo del Curso de Escritura Creativa que impartimos este año, y aún hay plazas (pocas, pero quedan) para este y el siguiente módulo.




viernes, 3 de enero de 2014

DIGRESIONES SOBRE LA TOMA

Hay celebraciones en muchas naciones que tienen por objeto celebrar un cambio de gobernantes. Los franceses celebran con una religiosidad laica el 14 de julio. Los estadounidenses su 4 de julio. Son estas fiestas  ejemplos de celebración de hechos que justifican en los libros de texto la separación entre el concepto de Historia Moderna e Historia Contemporánea. Jalones temporales donde el cambio en las formas de gobierno abrieron el camino del asentamiento de las democracias constitucionales y la independencia de las colonias, y con ello un cambio en los sistemas sociales.

Pero no dejan de celebrar un primario cambio de gobernantes, lo que resulta siempre pueril para los gobernados cuya mejora solo va en el tiempo y cuyo mediano cumplimiento no podemos asegurar a estas alturas de la Historia. Si se trata de jalear las cadenas, la celebración en Granada del Día de La Toma, es aún más ejemplar, pues en todo caso celebra en esos mismos libros de texto el paso de la Historia Medieval a la Historia Moderna, es decir, un paso por detrás (o un paso atrás en la tradición) de Francia o EEUU.

 



Ciertas fiestas se empeñan en recordar al sometido el hecho de que sigue estando sometido, pero a otros. Considerar que la Toma de Granada celebra la unión de lo que queda del Reino de España es una inexactitud: faltaban por unirse las Islas Canarias, las plazas del norte de África y el Reino de Navarra. Ni siquiera una unión peninsular, el gran anhelo, que con Portugal solo tuvo vigor en algunos años del siglo siguiente. Todo ello, sin que tengamos en cuenta los vaivenes territoriales que tuvieron las Españas en el  tengo no tengo que contemplaron los siglos, desde América y Nápoles a Filipinas y Cuba, pasando por Gibraltar y Menorca. Pero aún aceptando esta trasgresión histórica, esta Toma no se celebra como un hecho nacional, sino particular, en una ciudad. “Toma” no fue conquista sino cesión y entrega de unas plazas, y ni coinciden las fechas. El acuerdo de cesión fue anterior, y la entrada de los nuevos gobernantes -a quienes hay que suponer con esfuerzo, legatarios de gobernantes actuales, por mucho que intente alguno identificarse-, fue posterior. Una disposición del rey católico (consorte del reino de Castilla, pero sobre todo monarca de aragoneses, catalanes, valencianos, baleares y algunos italianos), estableció la celebración, por recordar el sacrosanto momento en que el último reino de casta gobernante musulmana cambió de manos.

Proyectar qué hubiera sucedido si este territorio no hubiese cambiado de gobierno, es un ejercicio divertido de historia ficción, pero solo eso, un pasatiempo que no puede asegurar si el Islam hubiese derivado en la forma de gobierno o sistema social (y derechos) actual que mantienen otros países del área, o no. Existirían a buen seguro diferencias culturales, como existen en la actualidad, y parecidos culturales, que tan poco se toman en cuenta. También sería divertido suponer qué habría pasado en caso de derrota castellano-aragonesa en su disputa con los castellano-portugueses en la guerra civil castellana del siglo XV, es decir si entonces el Portugal de ahora sería un Aragón de entonces o el Oporto sería un vino español. A saber, si los reyes portugueses hubiesen prestado oídos a Colón, si Río de Janeiro hablaría castellano o Buenos Aires se pronunciaría en galego. O si a Felipe II le hubiese salido bien la jugada de emparentar con María Tudor, la Liga BBVA sería la Premier inglesa o al revés.




Pero la mitificación hace estragos en las posturas más irreconciliables. Es lo malo de beber Historia adulterada. En un extremo, la construcción de una identidad nacional ha hecho ímprobos esfuerzos a través de los siglos, con resultados poco alentadores y escasos: para su menoscabo, la variedad peninsular apenas ha sido tomada como un valor, sino como un escollo. Por ello, el hálito de una España que no fue casi nunca (excepto en ciertos periodos fugaces del Antiguo Régimen y en la propaganda de las dictaduras) quiere resarcirse en esa celebración mítica de la Unión Nacional, que no deja de ser un sueño –o pesadilla- romántico, reinventado y mixtificado. La rebeldía de los territorios peninsulares, desde las germanías a los comuneros, del carlismo a las aspiraciones independentistas, han sido reflejo de luchas de poder amparadas en los temperamentos nacionales frente a un temperamento nacional único. Y tras ella, la lucha de clases de las revueltas campesinas y jornaleras, los proyectos cantonalistas y los anhelos afrancesados cabriolearon con el caciquismo, los rescoldos feudales  y la voracidad terrena del poder espiritual.

Pero tampoco los tiempos de la Granada medieval debieron ser un paraíso de tolerancia y pacífica convivencia: no era propio de la época ni constaba en el libro de estilo. La tolerancia hacia los judíos, que rompen sus católicas majestades, era eso, obligada tolerancia. Toda tolerancia nace de la diferencia, no del respeto a todos los iguales, y es un mal menor. También fue tolerancia, la mostrada hacia los cristianos de origen hispano-godo, que si se resistían conformaban los mozárabes -y que con los descendientes de hebreos y extranjeros constituían, a buen seguro, el grupo dominado-, y que si se integraban en los grupos de poder eran considerados muladíes. Dependía de la cuna que te vio nacer. Una condición nada exótica a nuestro tiempo.




La famosa frase de Federico García Lorca, en referencia al antisemitismo e islamofobia, acerca de la celebración de la Toma (se perdieron una civilización admirable, una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo…) es una frase que se encuadra en una visión idealista que pasaba por encima de las estructuras de explotación de la época que tanto el musulmán como el cristiano cumplían, y tanto el musulmán como el cristiano sufrían. Pero si el valor del pasado es el Arte no podríamos deducir de esta frase que la arquitectura o la poesía de los territorios norteños, no tuviesen la admiración del poeta, como sí lo tuvo el romance castellano o la tauromaquia, que tan poca trascendencia tuvo en la época islámica de la península. Al fin y al cabo, a la gloria de Dios, de Alá o de Yahvé ha sido levantada gran parte de la creatividad humana en el Occidente, y el Oriente menos lejano, y escasas obras se libran de su vocación divina.

El proceso denominado Reconquista, así como las continuas guerras entre los Reinos de Taifas, son solo una línea más en las guerras civiles peninsulares. En la batalla de las Navas de Tolosa (1212), la diferencia étnica entre contendientes era mínima, aunque se pudiese abundar en unas diferencias culturales y religiosas que se daban tanto en los bandos enfrentados como en el interior de cualquiera de los bandos. Cinco siglos después del advenimiento de la tropas norteafricanas, que se presentaron con una importante escasez de mujeres, la diferencia entre unos y otros residía en temas tan fortuitos como la manera de vestir o el idioma, el dios a quien se oraba o la preparación de los platos. Razones que también se distinguían entre los propios cristianos, y entre los propios musulmanes, entonces, después, y ahora. Al fin y al cabo, se trataba de hispanos, “andalouch”, de aquellos habitantes de la península que habían visto pasar a todos y quedarse con algunos.




Si es pueril, en el sentido en que Einstein consideraba al nacionalismo como el sarampión de la humanidad, la celebración del cambio de gobierno, para seguir en la dominación y recordarlo, podría también parecernos ridículo celebrar la batalla del Guadalete, la victoria de Octavio Augusto que remataba medianamente la romanización, o rebuscar una fecha para celebrar la llegada al trono de Ataúlfo, rey de los visigodos. Por eso, la reciente celebración de los mil años del reino de Granada sigue la misma estela: celebrar el advenimiento de una dinastía, la zirí, para celebración de fastos, cuando la estructura política de ese reino de entonces, quedó con el tiempo reducido a una provincia en el siglo XIX y poco hay de que enorgullecerse. A menos que se pretenda recuperar la memoria de los granadinos de hace mil años, y considerarlos finalmente tan indiscutibles antepasados como los castellanos que repoblaron el sureste en el siglo XVI, cosa que debería calar en el imaginario a través de los manuales de educación, de los conceptos de los medios de comunicación de masas y el talante político.




Quizá, si la festividad del Día de la Toma cayese en la indiferencia o la chufla -como merece la celebración de un cambio de gobernantes que realizaron lo que los gobernantes de entonces solían hacer: expulsiones de moriscos, judíos, gitanos, jesuitas, extraños, raros, rebeldes, republicanos, inmigrantes, y esquilmaciones, explotación y fomento de la miseria-, entonces la extrema derecha, perdería la oportunidad de tomar la celebración como una de las escasísimas posibilidades de reivindicación del concepto España –o llamémoslo Marca- que les queda en el calendario. Desafortunadamente, no se estuvo en su tiempo al tanto de reconvertir el asunto en una cabalgata de moros y cristianos o en un partido de fútbol… A estas alturas no es necesaria una alternativa. No es preciso celebrar un elemental cambio de bandera.




La suspensión de la festividad es una solución plausible, y apropiada en los tiempos que corren, pues Granada dormita en su resaca de fin de año durante dos días y a veces no despierta hasta pasado el día de Reyes. No es propio para tiempos de crisis, donde se derrochan medios humanos policiales y se parten por la mitad las vacaciones de los concejales. Aunque viene estupendamente, para quien no sea concejal, tomarse un día más de descanso. Este es uno de los puntos fuertes de la celebración: hacer el agosto en enero. Pero la suspensión de la festividad no implica la eliminación del protocolo. Una procesión más, aunque sea civil, no estorba en el cargado calendario granadino. Podría hacerse en día laborable, como sucede con la Tarasca, o como el desfile cívico que recuerda a Mariana Pineda, y que quedase tan deslucido como hoy en día lo es el que recuerda a la heroína y lleva sus restos del Consistorio a la Catedral. Por absurdo que quede celebrar la muerte y la ejecución infame, el 26 de mayo conmemora, al fin y al cabo, la deshonra de los gobernantes.

Eso sí, quien reniega de lo acaecido antes de 1492 o quien reniega del devenir posterior, de cualquier modo, se pierde una parte importante de cómo se constituye la historia de la península, los acontecimientos que aquí nos trajeron. Cuesta tanto renegar del vino y el jamón como de la más que posible creación sefardí del cocido con garbanzos. O de decir Ojalá.

Alfonso Salazar