martes, 20 de julio de 2010

EL AMOR COMO FACTOR ANTIECONÓMICO

Pasaron a cuchillo al pleno del Ayuntamiento. Las cabezas rodaban las escaleras mientras la nueva Guardia arrancaba las banderas y retiraba antiguos retratos y blasones proscritos. Los enseres fueron apilados en el centro de una plaza, y siguiendo la costumbre se echaron al fuego. Aquella misma noche, se convocó a la multitud a las puertas del Edificio. Desconocíamos qué sucedía en el exterior, se temía una reacción de la Capital, que no podía retrasarse. Uno de los dirigentes apareció en el balcón exhibiendo un machete ensangrentado. El Primer Mandatario había caído, dijo, y su cabeza flotaba en las albercas del patio. Señalando los estandartes, los retratos y los símbolos del municipio, ordenó a la nueva Guardia que diese inicio al rito. Hacía días que el suministro eléctrico no llegaba a la ciudad, así, cuando prendió la gran pira, la plaza se iluminaba como en los días de verbena. Algunos grupos bailaban alrededor del fuego. Nuestro grupo jaleaba el final de la Época y comentábamos el parecido sobrecogedor de aquella hoguera con la que días atrás devoró los Textos del Amor. Como si se oyesen nuestros comentarios, los altavoces iniciaron la lectura de un pasaje de aquel libro cuya destrucción dio pie a la revuelta: Porque son el aprecio, la comprensión, la generosidad -el Amor, al fin y al cabo- los factores estridentes de la Economía. Todo aquel que ama a su oponente, comerciante a cliente, empresario a operario, contratante a contratado, jefe a subordinado, todo aquel que amase y llevase su amor a las relaciones interiores, destruye el Sistema. No puede el Sistema permitirse el Amor. No puede el Sistema permitirse el Amor. No puede el Sistema permitirse el Amor. Por eso reivindicamos desde aquí el Amor y la Generosidad, la Pasión y la Cercanía, la Reciprocidad sin esperar nada a cambio, como contaminantes de la Normas Obejtivas de Mercado.

Los Textos del Amor habían proliferado por la ciudad meses atrás, fraguando al fin pensamientos y rumores que en los últimos años todos animamos. Nosotros mismos nos reuníamos en cafés y analizábamos los escritos. Muchos fueron procesados por conspiración. Pero no nos limitábamos a oír lo dicho y propagar la idea. Hicimos la idea, desvirtuábamos los precios, ejercíamos la reciprocidad, desestimábamos la contraprestación y la productividad privada en la vida diaria, cada cuál desde su lugar, desde su puesto como avanzadilla. Así se mostró peligrosa la difusión de los Textos del Amor. Algunos funcionarios negaban licencias por simple amistad y concedían privilegios por simpatía. otros, amenazados, o quizá solamente contagiados, se plegaron a las nuevas condiciones. La ejecución de un jefe de negociado en abril hizo entrar en razón al resto: la concesión de las licencias y permisos debía someterse al ejercicio de la generosidad. El uso del odio y la indiferencia se equiparaba a una condena a muerte.

Sólo el favor descabellado contradice la Economía. Sólo el regalo, la invitación al disfrute de lo propio, el desecho de lo inútil, reduce la economía a un ejercicio perverso e inhumano. Sólo el Amor supera. Sólo el Amor es Factor Antieconómico.

El Ayuntamiento decidió tomar riendas en el asunto, cesó a todos los implicados por incumplimiento de los reglamentos y dejadez en sus funciones, convocó reuniones con aquellos que se mantenían fieles a las normativas y clausuró nuestros centros de actividad. Miembros de la Nueva Guardia lucharon en las calles con la policía leal. Por las mañanas, la ciudad se silenciaba, aparecían nuevos ejecutados, coches ardiendo, grupos atrevidos que se hacían a la calle con pasquines y megafonía. Los periódicos conniventes con el poder anunciaron la quema pública de los Textos del Amor incautados. El propio Primer Mandatario dio lectura a un comunicado sobre tolerancia, justicia, democracia y la envenenada destrucción del Sistema. La demolición de la economía contraía la pobreza, estimó, sólo el encauzamiento de los rendimientos en las leyes de mercado podía arrancarnos de la miseria; habló de los impuestos, la redistribución de la riqueza y llamó a los Textos del Amor subversivos y propagadores de la corrupción y la violencia. Se escudaba en palabras como igualdad, fraternidad y Amor, en suma. Hermosa anomia.

Muchos abuchearon el acto antes de la mortífera carga policial. Muchos fueron los cadáveres arrojados al fuego junto a los Textos. La ciudad aquella noche olía a carne quemada, como en barbacoa, y a sangre fresca por los adoquinados que iniciaría la revuelta final. Sabíamos por radio que en el exterior se generalizaba la agitación, hablaban de otros textos, pero todos coincidíamos en la sospecha de que se basaban en los propagados por nosotros. La andanada final no prendió en los suburbios, como preveíamos. Fue el centro urbano el primero en hacerse a la calle, y las cuadrillas de la Nueva Guardia persiguieron al enemigo hasta los barrios, donde pretendieron guarecerse. Allí la gente miraba sorprendida los camiones que transportaban a los presos, y algunos coreaban las consignas difundidas en los Textos del Amor.

Tras la caída del Ayuntamiento y la noche infausta de la quema del Edificio y el Pasado, nos constituimos autónomamente para la formación de tribunales. Grupos armados salieron la exterior, llevando la nueva situación de la cabeza de comarca, nuestra ciudad, por toda la región. Apenas encontraron núcleos de resistencia y nos congratulamos de la fuerza de los Textos asumidos en otras grandes ciudades. Se dictaron numerosas aboliciones por decreto, familias enteras fueron descuartizadas sin atender a mayor motivo, pero suficiente, que la carencia de generosidad. Hemos de decir que los incapaces se impusieron en la legislación.

Fuimos destacados voluntariamente en la Sección de Denuncias. Recorrimos los barrios acusando públicamente. Algunas veces las causas aducidas nos parecieron débiles, ridículas en el pasado régimen, pero el clamor de la multitud nos hizo pensar que estábamos equivocados. El pueblo estaba a favor de las ejecuciones. Nuestra fuerza se estableció en los días posteriores, los medios de comunicación nos daban como vencedores, incluso se anunciaron los plebiscitos. La amenaza del Ejército estaba controlada, las deserciones se ejercían en masa, los cuarteles fueron saqueados y las Delegaciones Ministeriales tomadas. Columnas formadas por los más destacados partieron al asedio de la ciudad gubernamental.

Pude comprender por fin el secreto oscuro de los Textos del Amor. Uno de sus difusores más importantes presidía el Tribunal de mi destino. En una plaza de los arrabales levantaron y eligieron una pared para los fusilamientos. Los condenados del día anterior fueron ejecutados con urgencia y algarabía. Me indigné cuando al ser leídas las sentencias los motivos de falta se limitaban al agrio carácter y la avaricia. Los fundamentos de la acusación me parecían débiles, refutables, consideré que no eran suficientes y así se lo hice saber al Tribunal. Era consciente de que mi ausencia el día del juicio descalificaba mis fundamentos, y que mi actuación era en sí peligrosa. Ante mi muestra de debilidad, el juez reprimió mi calificación sobre las bases de los procesos e hizo pasar al primer encausado del día. Era un muchacho que yo recordaba de alguna manera. La inculpación me nombraba en el informe. El condenado confesó que había alterado informes y exámenes con asiduidad en el puesto de corrector donde estuvo destacado. Jamás supe cómo pudieron averiguar lo ocurrido. Las acciones del chico me habían conducido, de manera indirecta, hacia vejaciones que yo creía olvidadas. Recordé con fidelidad lo sucedido aquel tiempo y encendí en rencor. Bajo la mirada atenta del juez ejercí lucidamente la acusación y solicité la ejecución inmediata sin posibilidad de arrepentimiento, recordando la muerte de mis seres queridos en las carreteras como una revuelta identificación.

Por entonces remitieron las ejecuciones, como una manera del cansancio. Algunos tribunales se relajaban en sus cometidos llevados por la clemencia y aumentaron simultáneamente los atentados de grupos incontrolados. La situación comenzó a ser desesperante, en algunas secciones se introdujeron enmiendas a los Textos del Amor, proliferaron grupúsculos que rechazaban la violencia, cuadrillas rebeldes bajaban de las montañas, se supieron de sobornos y miembros corruptos en la propia Nueva Guardia. Asumimos finalmente la dirección de la ciudad y ordené arrasar los barrios donde se refugiaron los últimos grupos que no se declararon a nuestro favor. Levantamos un cadalso a la puerta de la Audiencia donde de nuevo se hizo lectura de los Textos del Amor que yo había leído en la balaustrada del Ayuntamiento. Mis hijos subían al garrote:

...todo aquel que amase y llevase su Amor a las relaciones interiores, destruye el Sistema. No puede el Sistema permitirse el Amor. No puede el Sistema permitirse el Amor. No puede el Sistema permitirse el Amor.

Ordené la ejecución como ejemplo. Ya entonces las tanquetas extranjeras bombardeaban la ciudad.

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